Reflexiones sobre la otredad

La noción de otredad, en realidad, siempre ha existido y siempre ha sido la misma: el otro es quien no es yo. Lo que ha cambiado con el paso del tiempo es la digestión con la que se procesa el parámetro con el que se miden las diferencias y/o similitudes. En un contexto académicamente más amplio y crítico, entendemos ahora la construcción de la otredad como algo no-malo que es, incluso, hasta necesario: el otro reafirma al yo. Este concepto (esta idea, más bien) de lo otro fue determinante durante la colonia. Muchas cosas hubieran sido diferentes de haberse tomado en cuenta que no es malo –ni inferior (menos humano)– lo que no es como yo, lo que es diferente. La misión civilizatoria tuvo sus bases precisamente en esta intención de salvar al otro de él mismo. Ni Las Casas se safa. Es verdad que hay que reconocerle la labor casi pacificadora que realizó al contemplar el derecho de defensa de los indios (como él les llamaba) y al buscar defenderlos de la severidad de las ideas de Sepúlveda; pero nunca deja de tratar de cambiarlos en lugar de aprender de ellos, o tan siquiera tolerarlos. Aprender. Es un verbo necesario. Solo se aprende si se desprende uno de sí mismo, de sus ideas. No para desecharlas, sino para liberarse de prejuicios. La comparación es enriquecedora. ¿Pero cuándo está uno dispuesto a aprender? Cabeza de Vaca, por ejemplo, ¿aprendió porque quería o porque no le quedaba de otra? 

¿Qué fue, en ese entonces, la otredad? Fue casi una excusa. Animalizaron a los nativos. Pareciera que fue para lavarse la conciencia. No hubiese sido cristiano hacerle a un blanco europeo lo que le hicieron a los nativos americanos (¿les suena? Siglo XX, ya rascaré brevemente el tema). Por eso los animalizaron y los despojaron de su personalidad: por su condición de diferentes –¡desde el punto de vista español! Los nativos también reconocen a los españoles como diferentes, pero no por ello como animales–. Descubrimiento de América, 1492, dicen algunos. ¿Descubrimiento? Si el territorio estaba habitado de punta a punta… ¿Realmente lo descubrieron? Llegada a América, sería una declaración mucho más acertada. Robert Louis Stevenson (en La isla del tesoro) accidentalmente roza el tema cuando se refiere a la isla como desierta. Homero hace lo mismo en la Odisea. Y aunque en estos dos ejemplos la otredad sea otorgada a elementos no-humanos, el que los españoles le llamen descubrimiento a su llegada al territorio dice mucho sobre la idea que ellos tenían de los nativos. 

¿Cómo se concibe al otro en este entonces? Uno pensaría que, dentro del contexto académico más amplio que mencioné anteriormente, se digiere mejor la idea de otredad, pero es que realmente es difícil. A lo mejor el concepto ya fue introducido y está ahí afuera puesto sobre la mesa; pero reconocer al otro implica reconocerse a uno mismo como una otredad, y eso es lo difícil, por lo menos en el plano de lo personal. En el plano de lo político pasa algo incluso más interesante. El otro es todo aquel que no es el ideal. Durante el siglo pasado, pensadores como Aimé Césaire realizan una apología sobre la validez de su otredad, condenando a Europa por su utilización de la ética a conveniencia para tratar de lavarse las manos respecto a sus actos colonizadores e imperialistas. A los estudios decoloniales, con toda la crítica que es válida hacerles, no les falta razón sobre algunos tópicos. Es innegable que vivimos en sistemas con estructuras coloniales, y que Europa es siempre una especie de ideal inalcanzable que nos impide el desarrollo. No es ninguna sorpresa lo inevitable que resulta, a veces, ser una otredad para nosotros mismos. El querer ser siempre como el otro (porque históricamente nos quisieron hacer como ellos) con el propósito de dejar de ser el otro resulta ya mero en una negación de la identidad; y termina en buscar validar lo propio con parámetros que no siempre pueden ser cumplidos, porque el parámetro se creó como una descripción de lo ajeno. Y es manía ya. No malintencionada, pero manía. ¿Eran los nahuas filósofos? No. Ellos tuvieron su propia terminología para referirse a quienes –podríamos decir– realizaron la labor de los filósofos: tlamatini. De cualquier manera, si eran o no filósofos no tiene por qué alterar el peso que sus ideas y labor tienen. No es menos –ni más– serio por no ser occidental. ¿Por qué, entonces, existe una intención de cambio para conseguir validez? Entendería que se haga una especie de símil para que sea fácilmente entendible (?), siempre y cuando solo sea eso: un símil. Y no tengo ninguna intención de condenar ningún texto con esto que digo, especialmente porque soy generoso al situarlo en su época. Pero hemos de reconocer esta práctica perpetuada en otros ámbitos. 

La cuestión de la tolerancia al otro siempre ha dado de qué hablar en muchas áreas. En la política por ejemplo. Y me viene a la mente el tema de la CICIG y la intervención extranjera. Y no vengo aquí a hacer juicios de valor, pues no es mi área y no me corresponde. Si es favorable o no la intervención extranjera no viene al caso. Pero es una manera de retratar estos ambos sentimientos de intolerancia y negación de la identidad, porque cuando intervienen los extranjeros se desatan dos tipos de reacciones mayoritariamente: el rechazo/reprensión y una especie de seguridad (producto de una idolatría). ¿No es interesante? ¿Existen otras opciones? ¿Es válido el análisis de la intervención extranjera? ¿Son los celos una especie de intolerancia a la otredad?

¿Hemos dejado de ser los otros? No. La otredad nunca cesará de existir mientras existan múltiples identidades. Mientras conciba a un otro, ese otro me va a concebir a mí de la misma manera. No es nociva la otredad, es enriquecedora. Pero hay que ser justos considerándola.

Comentarios

  1. Interesante esfuerzo meditativo sobre la otredad. Particularmente destacable es tu idea de que reconocer al otro implica reconocerse también a uno mismo como otro. No argumentás o elaborás mucho sobre esto, pero me parece clave. El miedo a la otredad sería entonces una especie de narcisismo iluso que nos pasa llevando de largo porque sí que somos otros nosotros mismos también... En fin, intuición provocativa esta.

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