Somos sin saber quien
La mayoría de nosotros escuchamos de la
conquista por primera vez en un salón de clases, donde se nos habló de ella
como una serie de éxitos, aprendimos sobre un grupo que llegó al continente con
las mejores intenciones y por pura casualidad (casualidad divina por cierto), y
en el peor de los casos aprendimos a verlos como salvadores, como enviados, como
aquellos que nos trajeron a Dios, que trajeron tanto como se llevaron sino es
que más, porque lo suyo siempre fue mejor, correcto, más avanzado, y “necesario
para no vivir en la miseria” como opinaba Inca Garcilaso de la Vega.
Pero lo que más daño ha hecho, fue
cuando aprendimos a verlo como algo del pasado, algo que tiene fecha y hora de
inicio y final, que comenzó cuando llegó el primer barco y terminó en el
momento en el que la tinta tocó el papel en cada acta de independencia y con
una firma transformó el panorama, la conquista como algo que no tiene relación
alguna con quienes somos y como vivimos hoy en día.
Latinoamérica, fue y será siempre
“colonia”, porque no hay manera de escapar de la magnitud de los hechos, ninguna
persona nacida en estas tierras puede separarse de la historia, está incrustada
en la comida, en la arquitectura, en el lenguaje, en la vestimenta, en nuestros
rasgos y ante todo en nuestra manera de pensar.
Como ladinos, es muy difícil no apoyarse
en el lado occidental de las cosas, se habla mucho de “nuestras raíces” pero en
realidad no las conocemos, de eso se trataron los siglos de violencia, de
separar, divide y conquistaras, somos como injertos cortados de una planta,
hemos crecido, adaptándonos, pero no hay manera de regresar jamás a la raíz de
la que veníamos.
Y echar raíz en tierra empapada de
sangre no es imposible, pero tiene sus consecuencias.
Si la filosofía es pensar, crear,
definir, entonces se cree, se piensa y se define bajo el peso del contexto, y
el contexto latinoamericano está en constante batalla entre el olvido y el
doloroso recuerdo, lo vimos en “también la lluvia”, película que juega
magistralmente con las miradas (tan necesarias) al pasado, por un lado tenemos
una completa separación de la historia, para el equipo es todo estética,
oportunidades de grabar, otredad distante e impenetrable, talvez porque no
quieren penetrarlo, talvez porque no lo encuentran agradable o necesario.
Y por otro lado los vemos enredarse con
la situación, que es una consecuencia directa, de consecuencias, que son
consecuencias, de consecuencias, del evento en cuestión, y nos deja a la
audiencia preguntándonos sobre la extensión de esta cadena tan larga de hechos que
nos envuelve de manera tan natura que no la cuestionamos y que inmoviliza a unos
más que a otros, pero nos une por los tobillos a recuerdos y a fantasmas de posibilidades.
Decía el poeta escoces Robert Burns que “La
historia es cuestión de supervivencia. Si no tuviéramos pasado, estaríamos desprovistos
de la impresión que define a nuestro ser” – El ignorar el pasado es casi como
no tenerlo, excepto que aún se sufren las consecuencias, pero sin explicación,
y por supuesto sin indicación de como resolverlo.
La ignorancia autoinfligida que aqueja a
la identidad ladina se ha convertido en un pilar de nuestras sociedades, estructuras
completas se han formado alrededor de la falsa comodidad que beneficia a
quienes no saben lo que han perdido y que evitan a toda costa incomodarse con
el conocimiento de lo que el peso de estas estructuras le hace a quienes están
debajo de ellas.
Y en realidad ¿A quien beneficia esto? Claramente
no todos los latinoamericanos viven igual, ni en condiciones, ni en religión,
ni ideologías, pero todos tenemos en común ese agujero en nuestra identidad, que
se abre más mientras mas se busca, y como no buscarla si la identidad es vital
para la supervivencia del espíritu.
Nuestra historia es la historia de dos
continentes, unida por violencia y desconfigurada por aquellos que se sentían
mas fuertes y más dignos del espacio que llegaron a ocupar, pero la historia
aún vive, la historia de Abya Yala, del nacimiento de América, de la resiliencia
de la sangre, vive en el Popol Wu, en las telas y sus brocados, en los ritos entre
bosques, en idiomas que expresan lo mismo de manera tan diferente, y porque
está viva y está cerca, está a nuestro alcance, y debemos luchar por retenerla,
explorarla y enraizarnos a ella como siempre lo debimos haber estado.

Interesante meditación sobre la historia y la identidad, sobre todo en cuanto concierne a los ladinos. En el párrafo final se abre a la historia indígena en cuanto tal. ¿Es una sugerencia de que también es la "nuestra"?
ResponderEliminarTambién sobre el párrafo final: ¿si unos idiomas expresan algo de manera tan diferente, es todavía, o hasta qué punto, ese algo lo mismo?