II. La fotografía como artefacto para la domesticación de la mirada racista

II. La fotografía como artefacto para la domesticación de la mirada racista

El indígena como territorio-paisaje


 

La aparición del fotografìa en el siglo XIX como dispositivo de registro, desplaza a la pintura para capturar la realidad, y por primera vez, la experiencia de ver homóloga realidad e imagen (no se percibe ya como una representación lo que se ve, ahora se ve lo que es, lo que está ahí). La historia de la representación pictórica de América —que se instala en el continente a partir de la producción for export de sus primeras imágenes desde la tradición pictórica paisajista de Humboldt y la escuela de los primeros viajeros —, con la fotografía, termina de instalar una tradición de un modo de ver. Una que no es ingenua, sino que estructura la visualización del mundo mientras éste se va creando.Con la fotografía se mundaniza y materializa la colonización y lo civilizado: lo captura. A la imagen ingresan los cuerpos, los colonizantes y los colonizados, vitalizando y visibilizando ideas generadoras de identidad, progreso, civilización, cultura, desarrollo. Nociones que, dibujadas por pensadores como del Valle —extranjerismo, imitación y creación, desaparición de lo indígena—, Alberdi —liberalismo industrial, importación migrante y educación—, Sarmiento —mito de América y la división de castas— y Batres —ladinización, educación servil y pasiva del indígena—, se perpetúan no sólo en la hoja, sino que adquieren una forma evidencial en la representación visual generando un medio idiosincrático de doble vía ideológico y de domesticación. La fotografía no es ni inofensiva ni ingenua. La fotografía es un dispositivo útil que muestra desde una mirada  objetiva-subjetiva —objetiva, en tanto el artefacto en sí; subjetiva, en tanto quién dispone de la mirada— el recorte y el encuadre del instante de lo enfocado y capturado: una realidad con una ideología habitada. Es decir, su huella. 


 

Sobre la fotografía: la imagen que narra.

Hablemos de la fotografía como un instrumento civilizatorio. Es más, la fotografía como el instrumento que deviene civilización y actúa dentro de ese mismo marco ideológico. Aparece como un registro de la realidad: esta aparenta objetividad y correspondencia. Se suele pensar que muestra las escenas tal y como son, fieles a la vida, al acontecimiento, al contexto (y sí, puede ser así). Pero en realidad, se trata de un registro manipulado no objetivo; se muestra lo que se ve por la lente. Esta se encuentra apuntada y dirigida por quien observa y hace clic en la cámara con una intención detrás de esa lente. Una que responde al proyecto que civiliza cargada de prejuicios, de nociones torcidas, y de ojos nublados. Ahí su peligro y eficacia: al indígena lo aliena, lo desplaza al fondo, lo transforma en un mero paisaje explotable, aún cuando salga en primer plano; al hombre blanco lo mantiene representado como lo bello, lo deseable, lo bueno: su presencia es el punto focal.

 

La fotografía humaniza tanto como deshumaniza. Muestra cómo son las cosas y, también, cómo pueden y deben ser. La cámara opera para el proyecto civilizatorio: la otredad se vuelve inofensiva. En el caso del indígena lo transforma en paisaje. El lente de la cámara es la mirada del hombre blanco (europeo, criollo, colonizador) que registra exóticamente a la vez que exotiza, perpetuando la colonización en la cristalización no inocente de la realidad en encuadres, composiciones y revelaciones químicas, que educan modos de mirar, sentir, y de articular cultura. Adoctrina la mirada sensible que se planta sobre el territorio y que formula su visión a partir del extractivismo, el turismo local y etnográfico, registrando el progreso y su otredad: los cuerpos descolocados, descompensados, desterritorializados, hambrientos y empobrecidos de la población indígena. Una operación que los folcloriza y los dispone a partir de una operación visual que traduce sus incómodos cuerpos en paisaje,  una forma más en la instrumentalizarlos dentro del proyecto criollo de nación, que les brinda un carácter pasivo, exótico y explotado. 


Batres hablará de la conservación de las costumbres mientras, con un sesgo obvio, promueve una educación de los pueblos indígenas en los modos de vida occidental y civilizada. Una que anestesia su sensibilidad y capacidad, mientras se le despoja de su ropa, su saber, incluso el ser, tanto individual como colectivo, además de su capacidad de relacionamiento. Todo esto en el nombre del progreso y la asimilación. Habla de educar, pero es más una domesticación.

 

La dimensión del paisaje y lo pictórico se manifiesta como la imposición ontológica de lo civilizado. En esta dinámica se implementa una domesticación de la narrativa y una gramática visual que sigue una lógica patriarcal, colonial, civilizatoria, y occidental. La tecnología se desarrolla y utiliza al servicio de la civilización, al servicio de las ideas, al servicio del crillo y del extranjero. Lo dice del Valle, hay que traer al europeo a América, dejarlos llegar y hacerlos querer venir y con ellos traerán sus riquezas culturales y tecnológicas. Primero la conquista, ahora a terraformar el territorio, la cultura, la economía y la política.


 

Esta reproducción de imágenes se transforma en una ontología gramatical-visual que perpetúa un modo de ver los territorios atravesados por esta mirada hasta la actualidad. En este lugar, —el indio—, en tanto aparato de enunciación del dispositivo colonial, ingresa y se sostiene en el imaginario colectivo en tanto una condición de: parte de y paisaje en sí, transformado impositivamente en un actante pasivo, despojado de sus luchas, alzamientos y resistencias, de su sufrimiento y de su sometimiento. ¿Por qué? Porque para el proyecto civilizatorio las condiciones del indígena no se alinean a la imagen que se busca representar. La fotografía es un modo de teorizar el mestizaje, el progreso, la sociedad, la educación, la explotación y le brinda una propiedad estética: se muestra lo positivo de la blanquitud, del mestizaje, de lo civilizado y lo occidentalizado. La fotografía muestra una homogeneización entre lo teorizado por los pensadores y la realidad de su deseo.


 

La figura del cuerpo indígena se transforma en un estereotipo de lo exótico por normativa. Un punto de interés turístico que disfraza la realidad marginal y de explotación  en la que se encuentran. Por un lado, a la mujer indígena se le despoja de su rostro, por lo general mostrada de espalda, a los pies del hombre. Por otro lado, al hombre se le presenta en algún tipo de labor, diligente y servil. En ambos casos dóciles, buscando esa adopción por parte del criollo-ladino. En esta  representación pictórica del territorio se ve una fagocitación de la cultura índigena, de sus cuerpos, de sus espíritus, de su historia en aras del proyecto ideológico que transforma al pueblo en objetos culturales exotizados. Se ordena la mirada y se ordena el mundo. Una vida deviene artefacto en su captura fotográfica.

Es hipótesis de esta autora que la paisajización gramático-visual del indio se produce como un recurso funcional a las prácticas extractivistas que plantea el régimen intelectual de la época. Es posible observar una equivalencia entre cómo a partir de la revalorización de la cultura maya prehispánica —a través de la recreación mitológica del descubrimiento de sus ciudades antiguas— y su posterior transformación en sitios arqueológicos, es vitalizada en una otredad blanquecinada y ficcionalizada, que se visualiza y edifica en tanto paisaje. Una vez construida esta operación, la mitología del paisaje se sostiene y  perpetúa como una forma más de sometimiento, en el caso de este estudio, de domesticación visual. Es decir, esta figuración paisajista mitológica que identifica como auténtica a la civilización maya y la transforma en paisaje, justifica ontológicamente que al indio como categoría colonial que partir de su proyección visual-fotográfica, pueda también ser transformado en paisaje.


El indio es adaptado e internalizado al mito impuesto por las narrativas criollas colonizadoras. La nueva imagen exotizada y explotada, fundamenta la transformación de la violencia desde la conquista en un paisaje cultural. Desde esta nueva concepción mitológica está justificado, —es auténtico—, es decir verdadero y servil al proyecto civilizatorio. Esta nueva mitología se transforma en la nueva carta de presentación de lo indígena al mundo. La ancestralidad es ahora patrimonio ideológico del estado nación—el indio fue siempre paisaje.


El indio se vuelve parte del paisaje, un recurso a la mano para el objetivo que se plantea el régimen intelectual justificando aún más el explotar la tierra. Una ontología del paisaje de ruinas y cuerpos y de cuerpos y ruinas, dispuestos como nueva cultura e identidad. El indígena y lo que fue, y es su historia, no solo se ladiniza sino también es transformado en un producto cultural estético; folclorizado, desensibilizado y mitificado civilizatoriamente: el mestizaje del paisaje es el paisaje del indio; el indio deviene paisaje. En cuanto se expresa esta forma político-estética, vivimos en negación del indígena, negando al indígena.




– Fotografías obtenidas de: Library of Congress Prints and Photographs Division.

Comentarios

  1. Buen análisis semiótico-narrativo de la fotografía paisajística de indígenas. Más sugerente que concreta. Hubiera ayudado mucho análisis más directos de las fotografías ilustrativas, aunque varias son aludidas en el texto.

    ¿En qué sentido afirmás que el indígena es "aparato de enunciación del dispositivo colonial"? ¿No sería más bien el enunciado, lo dicho, imaginado o construido?

    También decís que la fotografía homogeniza "lo teorizado por los pensadores y la realidad de su deseo". Ello implica una relación (incluso un complot), no mostrada, entre la intelectualidad, sus ideas y sus deseos, por un lado, y los fotógrafos, por el otro... ¿Pero cómo opera o cómo se logra tal homogenización?, ¿comparten educación, cultura, mentalidad, o influyen unos en otros y luego recíprocamente?

    La conclusión es tremenda: vivimos en negación, negando. Evoca a Guzmán-Böckler, a quien leeremos pronto. Es algo paradójico: afirmando, exponiendo, registrando, en realidad se niega al objeto subjetivo de las afirmaciones, exposiciones o registros.

    Ojo con la puntuación, particularmente los paréntesis y los guiones mayores. A veces dificultan, más que ayudan la lectura y la captación del mensaje.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario