Texto crítico 2

El Estado-nación nos mastica con sus dientes podridos de contradicción, pero no puede tragar, habitamos entre los bordes húmedos de su boca

La época colonial ha quedado atrás, es un relato desgastado que no viene al caso. Ahora es momento de un nuevo proyecto, uno que convierta a este continente saqueado en riqueza y oportunidad. Uno que pula al hombre cual diamante y le permita vivir conforme a su naturaleza libre y racional. Hay que construir un sistema político que asegure el cumplimiento de sus derechos. La vieja división entre hombres quedó atrás, seremos sociedades armónicas que se identifiquen con una misma historia y un mismo destino. No es utopía, es la ineludible marcha hacia el progreso la que nos alumbra y nos separa de los países conquistadores. Es esta luz universal la que nos nombra como: América.

El siglo XIX es un periodo de cambios significativos para el continente latinoamericano, ya que, será cuando la ebullición de tensiones del sistema colonial se desborde en proyectos independentistas, y posteriormente, en proyectos de Estado-nación. Recordemos que desde lejos soplan los vientos de la Ilustración y de la modernidad, los que sugieren que la libertad debe ser restablecida, de modo en que también la razón pueda triunfar (Valle, 2011). Evidentemente, como dice José Cecilio del Valle, la conquista y las estructuras coloniales someten al hombre en vez de cuidar sus derechos; por esto, se hizo necesario un nuevo sistema legislativo-jurídico que se alejara definitivamente del anterior.

Así, los países americanos pasan de ser colonias a ser naciones y emprenden un camino ingenuo hacia el avance –económico y político-. Me interesa entonces, pensar en cómo es que estos Estados-nación se construyen como un edificio inestable sobre la misma estructura colonial que pretendieron hacer escombros y cómo es que son presa de procesos contradictorios que, hasta hoy en día, siguen en movimiento. Si bien en la actualidad, la pregunta por la identidad latinoamericana está sumamente vigente, bien es cierto que no es una cuestión nueva. Sarmiento (1915) ya lo problematiza cuando pregunta, “quiénes éramos cuando nos llamamos americanos, y quiénes somos cuando argentinos nos llamamos” (p. 63).

Estas preguntas no eran, ni son fáciles de responder teniendo en cuenta que, para esta época, las razas estaban fuertemente diferenciadas. Además, desde la colonia se dieron complejas mezclas entre etnias que agregaban más categorías a esta diferenciación (Sarmiento, 1915). Lo que quiero decir con esto, es que la población latinoamericana es demasiado heterogénea como para englobarla en un solo término como el de “americanos” o “guatemaltecos”. Podríamos pensar que esto refiere a que nacimos dentro de los límites de un determinado territorio, pero para mí, el Estado-nación lo usa para más que eso. Trataré de mostrar de qué manera.

Lo que es cierto es que ahora los países latinoamericanos son independientes, por lo que deben gobernarse a sí mismos. Alberdi (1852) plantea que, “en América gobernar es poblar” (p. 5), es decir, la política debe poblar a sus países estratégicamente con gente civilizada –europea-. El texto de Alberdi sirve como un diagnóstico del contexto, pues los países latinoamericanos están viendo el ascenso económico de Estados Unidos como una promesa ilusoria de que las antiguas colonias también pueden prosperar y también, ven a la población europea migrante como la semilla de esa posibilidad.

De esta forma, si los europeos llegan a los países latinoamericanos, entonces estos se educarán y se enriquecerán (Alberdi, 1852); esto último es el progreso, que para Batres (1893), “es ley del individuo y de las sociedades” (p. 174). Mientras tanto, las poblaciones indígenas están fuera de este panorama porque no son consideradas como culturas desarrolladas. Más bien, son pueblos que por diversas causas no han logrado progresar (Batres, 1893). La visión racista es tan determinante que Alberdi (1852) propone que, “el indígena no figura ni compone mundo en nuestra sociedad política y civil” (p. 45).

Al estudiar la colonización vimos que el indígena –y otras minorías étnicas- fueron definidas dentro de un estatuto de otredad. En las Repúblicas, pese a que se conformaron leyes y constituciones más amigables, la condición del indígena no cambió, quizá solo se transformó, pero no salió de esta posición de servidumbre y de inferioridad (Mariátegui, 2007). De hecho, una de las contradicciones más absurdas para mí en los discursos de pensadores como del Valle o Batres, es que hablan de liberación o de apoyar al indígena, pero siempre bajo una noción de tutelaje. Asimismo, este se presenta ante el Estado-nación como un vestigio de lo primitivo, símbolo del atraso, enemigo del progreso: es un problema por resolver.

Considero que civilizar está en relación estrecha con la borradura de lo indígena y de los cuerpos racializados en general. Lo vemos cuando Batres (1893) propone que expresiones culturales como los idiomas, la indumentaria e incluso los modos de organización comunitaria propios de los pueblos originarios deben ser erradicados. La respuesta común será ladinizar al indígena, exponerlo al contacto con personas “más elevadas” (Batres, 1893), de manera en que pueda entrar a formar parte de la sociedad, pues se cree que está aislado y estancado en una vida mecánica.

Me parece que estas consideraciones paternalistas actuaron como tecnologías de control heredadas de la colonia, y permitieron a las élites seguir explotando justificadamente a la población indígena y apropiándose de sus territorios (CEUR-USAC, 1992). Pero también veo que un factor común importante entre los pensadores de esta época es la insistencia homogeneizar a la población bajo principios capitalistas (CEUR-USAC, 1992). La identidad nacional toma parte en esto, al igual que el mestizaje; veamos la utopía de del Valle (2011), “se acabarán las castas, división sensible de los pueblos; será homogénea la población” (p.49).

El mestizaje puede ser abordado de diferentes maneras, por ejemplo, para Vasconcelos (1976), es la posibilidad de conformar una quinta raza en el continente, la cual integra a las demás y es la síntesis de la humanidad. Para él, es necesario establecer una misión étnica común, de modo en que surja esta nueva civilización conformada solo por características positivas. Si bien creo que esta propuesta sigue siendo criticable por su imperiosa necesidad de borrar las diferencias étnicas y porque en el fondo piensa en la necesidad de “mejora”, es verdad que se reivindica el mestizaje como un llamado a la unidad política de quienes nos consideramos latinoamericanos. En contraste, Alberdi entiende el mestizaje simplemente como una mejora de la raza, pues lo europeo siempre aportará algo mejor a lo del sur.

No menciono esto simplemente por el contenido, sino porque estas ideas tienen implicaciones muy peligrosas en la historia de nuestros países. En Guatemala, se han desplegado políticas civilizatorias muy violentas sobre la población indígena y se han atravesado sus cuerpos con relaciones muy fuertes de poder. Pienso, por ejemplo, en los internados indígenas, donde justamente lo que se daba era un tutelaje y un proceso de educación (Véase Emma Chirix). O, sin ir tan lejos, en los trabajos forzados durante el gobierno de Ubico, en las violaciones sistemáticas durante el conflicto armado, o en los genocidios. Quiero decir, nada de esto es casualidad, son acontecimientos que brotan inevitablemente gracias a esta forma de construir nación.

Es irónico que se les atribuyan a los indígenas innumerables características despectivas, como la pereza o la embriaguez (Batres, 1893), cuando constituían una importante fuerza de trabajo agrícola para la época, que era abusada sin medida (Mariátegui, 2007). Mariátegui establece que el problema indígena es un problema económico-social, en esto seguimos en la misma línea, pero, anota que todo reside en el sistema latifundista que se apropia sistemáticamente de las tierras. Esta cuestión es central, pues de él deriva que la organización comunitaria no sea posible, y que tampoco lo sea la emancipación del indígena. Este pensador es diferente al resto, pues devuelve la palabra al subalterno, ya que opina que solo los indígenas pueden tomar conciencia de su condición y hacer algo al respecto (Mariátegui, 2007).

Tras este recorrido, me interesa concluir con algunos puntos que me parecen de gran relevancia. Primero, las nuevas repúblicas no evadieron los abusos ni superaron de manera alguna el régimen colonial; como bien dicen popularmente, los territorios solo cambiaron de dueño, de España a una nueva élite criolla. Esta se concentró como una nueva hegemonía que despreciaba, pero al mismo tiempo, dependía del indígena. Los Estados-nación latinoamericanos afrontaron la posibilidad de un proyecto que irradiaba luz, pero que se pudrió rápidamente, en tanto que la visión racista y sus procesos contradictorios lo contaminaron hasta el esqueleto. Ante la pregunta de Sarmiento, “¿Somos Nación?” (p. 63), yo respondo que la nación es una trampa. Y si no, que vea a nuestras sociedades latinoamericanas de hoy, intentando caminar con los huesos roídos hacia la promesa del progreso que nunca llegó.


Referencias

Alberdi, J. (1852). Gobernar es poblar, En Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina.

Batres, A. (1893). Los indios, su historia y su civilización. Establecimiento Tipográfico La Unión.

CEUR-USAC. (1992). El V centenario: Estado, nación y población indígena en Guatemala. Boletín, (14). https://ceur.usac.edu.gt/pdf/Boletin/Boletin_CEUR_14.pdf

Mariátegui, J. (2007). 7 ensayos sobre la realidad peruana. Fundación Biblioteca Ayacucho.

Sarmiento, D. (1915). Conflicto y armonía de las razas en América. La cultura argentina.

Valle del, José. (2011). Obra escogida, Tomo II. Tipografía Nacional.

Vasconcelos, J. (1976). La raza cósmica. Espasa-Calpe. 

Comentarios

  1. Tu conclusión de que la nación es una trampa es coherente y lúcida. También es descorazonadora. Supongo que todo depende de qué se entienda por nación y cómo y para qué se la imagine.

    Excelente relevamiento e ilación de puntos centrales del recorrido realizado. Tal vez Mariátegui da claves seminales. O tal vez otros pensamientos, ciertamente de los propios pueblos indígenas.

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