El pensamiento decolonial y otras menciones
Desde que empecé la carrera, he pensado mucho en los estudios decoloniales y subalternos. Y me llaman mucho la atención, que no se me malentienda; pero también encuentro cierta validez en la crítica que se les hace, tanto a ellos como a la academia de la que son producto. El semestre pasado cursé con Anabella estudios culturales y decoloniales, y me quedé mucho con algo que nos mencionó una vez: dentro de estos estudios no se hace activismo (y creo que en ese momento estábamos hablando de los estudios culturales más que todo, pero no me parece que la dinámica sea tan distinta [al fin y al cabo son académicos]). Y por eso también encuentro interesante la pregunta que Dulce, Lidia y Anelisse plantearon durante su presentación: ¿cuál es el papel de la academia? Me hace mucho sentido que hagan esta pregunta. ¿Se pueden las cosas quedar en mero señalamiento? En este texto no pretendo brindar una respuesta realmente, porque no la tengo. Más bien es una mera materialización por escrito y un intento de estructuración de los casi argumentos de una especie de debate al que le doy muchísimas vueltas, aunque no le preste mucha atención (hasta ahora).
El texto de Guzmán Böckler me sirve de trampolín para dar este salto. Cronológicamente, no están situadas las circunstancias de manera que yo pueda decir que este texto es una crítica a los estudios decoloniales, porque estos últimos aparecen más adelante, años. E incluso encuentro mucho de Böckler en otros textos decoloniales que leí antes, pero que se escribieron después. Maldonado Torres, por ejemplo, en la Colonialidad del Ser, dice que “la colonialidad sobrevive al colonialismo”, y explora esta idea de que, aunque en papel ya no seamos colonia (somos “independientes”), el sistema sigue siendo colonial; no sé si Maldonado Torres leyó a Böckler, pero no se me haría tan loco. El guatemalteco, sin embargo (y al igual que Mariátegui), lo consideran una cuestión más económica, y en los estudios decoloniales –o por lo menos en Maldonado Torres–, esto se vuelve también un tema que trasciende a la cotidianidad y al día a día.
Y entonces podemos poner sobre la mesa a la academia. Al igual que la situación con el arte, la academia muchas veces se erige en las condiciones perfectas para incubar el elitismo, y este es parte del gran problema y una de las mayores críticas que le hacen. Dentro del sistema de Böckler, podríamos encajar este elitismo en la que llama baja burguesía; aunque sería difícil de hacerlo, porque estaríamos tratando de traducir a términos puramente económicos, una realidad que no es exclusivamente económica. Pero no deja de ser válido el símil. Por esto traigo un poco a refrescar la pregunta de mis compañeras. ¿Qué papel toma esta institución en el marco de los estudios subalternos y decoloniales? Parece que perpetúa discursos neocolonialistas inintencionadamente. Spivak, en su ensayo “¿puede hablar el subalterno?”, lo expresa bastante claro. En el afán académico de querer nombrar al subalterno y explicarlo a él y a su realidad, termina por hablar por él. Esto es lo complicado, porque entonces se vuelve casi contradictorio. ¿Se puede hacer una antología de cuentos escritos para que la gente que no sabe leer se sienta menos discriminada? Es más, podríamos discutir el mero plantearse esta pregunta, porque –de entrada– estoy asumiendo que las personas analfabetas se sienten discriminadas (estoy hablando por ellas); pero bueno, me parece que estoy divagando.
La academia es de ella misma para ella misma, algo así como la baja burguesía. A mí algo que me llama especialmente la atención es cómo Böckler menciona en su texto que, de haberles explicado a los campesinos (a quienes, por cierto, les repercutía más) el cómo y por qué de la reforma agraria, ellos la hubieran defendido. Es una cita del Che (¡hasta el Che!) al pie de página. ¿Pero quién piensa [pensó] en el subalterno? ¿Tiene que pensarlo alguien con menos subalternidad? ¿Alguien académico? Spivak –otra vez Spivak– hace, si no mal recuerdo, un comentario (tal vez más que un comentario) de cómo el simple hecho de que el subalterno fuera escuchado (o se le diera habla, más bien; esto es, oportunidad de escucha y diálogo dentro de este sistema) lo sacaba de su circunstancia de subalterno; y esto me trae un poco a las contradicciones de la baja burguesía de Böckler. La séptima, tal vez, si tengo buena puntería. La lucha social necesita del sistema binario compuesto por un referente positivo (la alta burguesía) y negativo (el explotado) para conservarse. Sin estas, pierde su sentido. Pues así me suenan un poco los estudios decoloniales, o por lo menos podemos decir que el argumento es aplicable. Necesita que el subalterno siga siendo subalterno para darle sentido al registro. Y lo hace haciéndose inaccesible, quitándole la voz al no dejarlo hablar, o al hablar por él; al ponerse filtros para ser considerado, etc…
Pero aquí es donde empiezo a tener conflicto. El tema de hablar por alguien me parece que se puede volver una cuestión de corrección política. Y no podemos negarlo, realmente las personas oprimidas no siempre tienen la oportunidad para hacerse ver y oír. En su condición de oprimidos ni siquiera consideran que puede ser una posibilidad. Siempre he escuchado que las personas aquí en Guatemala no se interesan en el arte porque están muy ocupadas tratando de sobrevivir. Pues algo así. Entonces este reproche de apropiación sí me parece que pasa a ser una cuestión bastante moralista a la que se le tiene que prestar atención, porque, de cierta manera, hacerla de policía moral –y decidir quién puede y quién no puede decir qué y por qué– replica las prácticas que tanto condena. Y ojo, porque no me parece que sea esto lo que hace y dice Spivak, quiero dejarlo claro. Spivak, al igual que Böckler, expone cómo se perpetúan a sí mismos ciertos sistemas de creencias (si puedo llamarle así), aunque traten de romperse con ellos desde ellos mismos.
Esta es la dinámica de la academia dentro de un marco que trata de señalar, aunque, a veces, no hace sino perpetuar. Hace falta un activismo menos académico. No sin respaldo, pero menos académico. ¿Se puede? ¿Se puede hacer activismo desde la academia? ¿O la academia es solamente registro? ¿Se puede pensar en una nueva forma de academia que admita el hacer activismo? ¿Podría considerarse esto una deconstrucción de la academia? ¿Puedo hablar de una subalternidad a la que no pertenezco? ¿Si? ¿Desde dónde? ¿Cómo? ¿Por qué no dejo que hablen? Alguien una vez me dijo que el silencio es una forma también de resistencia. ¿Y entonces? ¿Se puede romper el círculo? ¿Cómo? Si no se sabe dónde empieza: a veces allá y otras veces acá, en la academia. Pero solo a veces, y no siempre. Hay que saber cómo. La solidaridad nunca es mal recibida. Ni la sororidad. Y cuando esta no es suficiente, la doloridad irrumpe en lo colectivo. Hay algo que, de alguna manera, une. Desde ahí se puede hablar, quizás. Pero sigo con preguntas y me hace falta seguridad para ofrecer una respuesta.
Preguntas muy vivenciales, por cierto, muy de nuestra tradición latinoamericana, aunque también más allá (del marxismo, por ejemplo). Se mantienen gracias a una cierta ambigüedad de la academia y del activismo contemporáneos. También gracias a ciertas condiciones ineludibles: la academia quiere y necesita ir más allá de sí, al activismo, si no quiere permanecer meramente funcional al sistema; por su parte, el activismo necesita visión, teoría, arsenal conceptual, digamos. Misiones o tareas distintas, pero que se complementan o suplementan. "La solidaridad nunca es mal recibida", decís correctamente, quizá pensando, también correctamente, que el activismo emancipador es el asunto más importante.
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