No Sophia
no.Sophia
o la ironía marxista: reflexiones anti-críticas
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| Al Brydon, "Based on a False Story", 2002-2016 |
Abarca la parca
el arca de la cultura
—ciclosespiral
dialéctica social
e incesante ruptura
siglos de viento
siglos de tierra
siglos de diluvio
e incesante marea
fuego
fuego
¡f u e g o!
¡Qué tarea la que nos hemos dado nosotros los filósofos! Cambiar el mundo, cambiar la realidad, cambiar el modo de vida—ser la conciencia del pueblo. Los marxistas apuntan demasiado alto. ¡Revolución! ¿Qué traería la violencia política-social? Me pregunto. Pero, al mismo tiempo, me pregunto ¿qué trae la homogeneización de categorías de análisis socio-económico?, ¿pastorear a una misma categoría de miseria en el corral del proletario? Marcharemos bajo un mismo nombre; un término para todos. ¿Ahora qué? ¿Cómo las estructuras económicas son el único punto pertinente de abordaje para un cambio? ¿Es el más pertinente? Sin duda es uno que tiene repercusiones a un nivel infraestructural, pero es importante notar que, contrario al esquema de dependencia entre estructuras dentro del marco del materialismo histórico ortodoxo, la superestructura condiciona a la otra, no al revés. En otras palabras, si bien lo económico es un punto de partida de análisis válido e importante, no puede prescindir de la(s) ideología(s) que la tienen atada y guía su actividad. En otras palabras, es la filosofía geobio-política [1] —el liberalismo y capitalismo en este caso— la que modifica las relaciones de vida socio-económica.
Aquí la ironía. Dicen revolución, pero hacer revolución es hacer un círculo, regresar a un punto de partida similar. Lo mismo sucede con la economía. En un pequeño ensayo dedicado a una sola frase, Derrida (1995) comienza preguntándose ¿Qué es la economía? y su breve análisis etimológico de la palabra es valioso a considerar.
… La economía comporta los valores de ley (nomos) y de casa (oikos es la casa, la propiedad, la familia, el hogar, el fuego de dentro). Nomos no significa sólo la ley en general sino también la ley de distribución (nemein), la ley de la partición, la ley como partición (moira), la parte dada o asignada, la participación… En cuanto hay ley, hay partición: en cuanto hay nomia, hay economía. Además de los valores de ley y de casa, de distribución y de partición, la economía implica la idea de intercambio, de circulación, de retorno. [2]
Y continúa diciendo cómo en la economía está inscrita una idea de re-circulación, es decir, de dar un giro y una vuelta para retornar al punto de partida, al origen, o a la casa. De este modo podríamos decir, entonces, que la economía es revolucionaria, así como que la revolución es económica (y no usamos aquí el término revolución en un sentido positivo, como quisieran los marxistas). En ambos conceptos, al ponerlos en uso, está constituida su propia contradicción. La condición precaria existenciaria del ser (ser y existencia en general) se mantiene en cualquier caso. (En otras palabras, la vida, como quiera verse, ordenarse, vivirse, sigue siendo un sufrir: el ser y la existencia son un tormento aquí o allá).
Lo decía Gramsci. Desplazada una hegemonía (cultural), el nuevo régimen forma una nueva: hay un mecanismo en la acción política revolucionaria de sustitución de una hegemonía por otra. Surge la pregunta ¿hay “buenas” hegemonías? Hacer política es hacer y entrar en un juego de hegemonías. La economía es una hegemonía por sí misma. Marx y Engels llaman por la dictadura del proletariado. Los marxistas (ortodoxos) fetichizan la economía. Severo Martínez Peláez cae dentro de esta paradoja irónica de la propia fetichización del marxismo. Nos dice que el problema del indio es un problema principalmente económico o, dicho de otra forma, es un problema no propio del grupo sino de la condiciones dadas y mantenidas por la economía feudal-colonial que prevalece gracias a un grupo específico de terratenientes, i.e. una hegemonía. Pero, ¿es lo político un producto de lo económico o al revés? ¿El ordenamiento social se da estrictamente por relaciones de intercambio, de comercio, por el abastecimiento de recursos, etc.? Para acercarse a las estructuras económicas, en especial si se propone un cambio radical, hay que acercarse aún más a la estructura política que gobierna al otro orden, que mantiene ese mismo orden. Se cae en un círculo de nuevo. (Y en todo esto entra la duda sobre si el movimiento descolonial es una forma de colonizar; yo sostengo que en Dussel, por ejemplo, hay una grave ironía en su prédica del eurocentrismo y su concepción de la transmodernidad, que se apoyan de pensamiento occidental. ¿Es el pensamiento latinoamericano realmente propio? Se propone una hegemonía culturo-epistemológica en lugar de otra [3]).
Bolívar Echeverría da un buen punto de partida para un análisis (que considera el marxismo seriamente) para aproximarse a las diversas realidades de las diferentes agrupaciones que conforman Latinoamérica. La cultura no se presenta como parte de esa superestructura —de la cual advierte en contra Martínez Peláez para una explicación de la condición del indígena—, sino como un modo de autoidentificación y autoconciencia crítica de un determinado grupo. La cultura no solo es más cercano al ser colectivo e individual de lo que pueda ser la economía, sino que es el mismo ser desplegado en el tiempo en su dialéctica material-histórica. Esto indica, según la tesis de Echeverría sobre la cultura, que esta misma contiene tanto los modos de la economía como los de la política. He aquí una posible triada analítico-dialéctica con la cual proceder a un análisis social sin fetichizar al mismo. No se puede prescindir una en favor de otro pues estos aspectos forman un organismo vivo de funcionamiento enredado, a su vez, extendiendo sus raíces a muchos otros campos.
NOTAS
[1] Entendido esto como el ordenamiento sistemático, bajo una serie de ideas e ideales, de la vida y la tierra, su explotación, su uso, su producción.
[2] Jacques Derrida, Dar (el) tiempo. La moneda falsa (Buenos Aires: Paidós, 1995); p. 16.
[3] No pretendo ser un gran conocedor de estas filosofías, en especial de Dussel. Tan solo doy esta meditación con lo poco que he aprendido y con la poca visión que poseo. No quiero contrariar la labor intelectual de estos pensadores, pues no me hallo en ningún punto de apoyo para hacerlo; tan solo hago notar una percepción sobre lo que a mí me parecen ironías en el pensamiento.

Cierto, lo estrictamente económico no agota el análisis sociocultural y, por tanto, hay que ponerle atención a las ideologías, entre otras cosas. Pero precisamente por el enredo circular que abordás luego, no es tan seguro o, por lo menos, tan tajante que las ideologías aten y guíen la actividad económica. Habrá, en todo caso, una influencia mutua. Con todo, para el marxismo las relaciones socioeconómicas son clave.
ResponderEliminarNo es tan obvia la contradicción entre la economía (capitalista, habría que especificar) "revolucionaria" (circulación o movimiento del valor) y la revolución (cambio, metamorfosis) económica (es decir, del sistema de producción). Ni en Derrida ni en Marx (y el marxismo) se trata de vuelta a un origen. El primero porque no ve ningún origen por ningún lado; el segundo porque es devoto del progreso y de estadios cada más vez mejores de los sistemas de producción.
Respecto de la precariedad al parecer esencial de la existencia, sus sufrimientos y tormentos, cabrá hacer distinciones. Una cosa es la fragilidad de la vida humana en términos generales, particularmente en lo que tiene de limitada, azarosa, sujeta a vaivenes de fortuna o infortunios accidentales; otra, los padecimientos infringidos por sistemas de explotación y opresión establecidos y sostenidos por ejercicios de fuerza directa o más sutil o ideológica. Es de los segundos que se ocupa Marx y el marxismo.
Por último, ¿qué es lo propio del pensamiento (o la cultura, si acaso) desde Latinoamérica? Es pregunta amplia, a la que Echeverría podría dar alguna luz con la citada idea de que la cultura es conciencia crítica. Nuestro idioma, nuestras matrices ideológicas, creencias, etc. son herencia parcial de Europa occidental. Incluso nuestras críticas no pueden evitar tal herencia y su larga historia. Ser antieurocéntrico no implica ser total y completamente eurofóbico. Dussel es crítico severo de la arrogancia europea, pero no escribe sino en español y no deja de pensar en clave filosófica de raigambre europea, aunque lo crítico le permita situar el valor de su herencia en contextos geográficos e históricos mayores y apreciar culturas y civilizaciones lejanas (China, Egipto, por ejemplo) o cercanas (azteca, maya, inca).
Excelente texto: aborda ideas clave y las problematiza provocativamente.